Es otro día de otoño, que repite, como cada año, un día de improvisado estallido lluvioso. Los árboles se tambalean de un lado a otro, poseídos por el ritmo de los truenos y el estrellar de la lluvia en derredor.
Las viejas lesiones se resienten, el cuerpo se entumece y el corazón se encoge ahondándose hasta los vestigios de llagas o cicatrices de otra época. Cualquier leve pensamiento nostálgico, triste o derrotista, en otros días ignorado, cobra la fuerza suficiente para hacerte pasar la tarde mirando por la ventana, escuchando la música que más drene tu herida, del pus de la aparente inmortalidad incurable.
Resulta que añoras, cosas que a veces ni recuerdas. Añoras cosas que dejaron de ser y que nunca fueron, incluso añoras recordar todo aquello que años atrás, desde alguna otra habitación, desde alguna otra ventana, lamentabas o extrañabas.
La melancolía se abre paso para devorarte y recordarte que hubo un día en el que fuiste más feliz que esa misma tarde.
Pero tal vez es el paso del tiempo, la experiencia o el esfuerzo desde hace varios años de cambiar mi forma de ver la vida, que hace que esta vez descubra en un día como estos, la señal que buscaba para sonreír.
Unos días seguidos escuchando “Somewhere over the rainbow” naciendo de la garganta del gran hombre Israel Kamakawiwo y de repente, sales de la oficina una tarde, contento porque hacía falta esta lluvia. Algo te dice que no es el mismo día que en otras ocasiones, te hacía bajar al inframundo de la moral embrutecida.
Así emprendo el paso, recorriendo los escasos metros que distan hasta mi casa. Miro al suelo para que el viento no me azote en la cara con algunas gotas transportadas, impacientes de despertar o molestar al despistado.
De soslayo, algo reclama mi atención. A lo lejos en el cielo, hay un claro, se filtra el sol, casi asustado. Y es entonces cuando decido alzar la mirada y contemplar. Observo ese regalo mágico de la naturaleza y comprendo, que las señales que busco aparecen al final solas. Saco la cámara “tengo que inmortalizar esto” . Compruebo el resultado y ensimismado como un niño, como el niño que yace en mi interior, me atrevo a creer de nuevo. Corro porque creo que desde mi ventana veré ese arcoíris, que se perdía por detrás de los edificios, dibujando la puerta, el camino que querré seguir.
Me siento feliz. Las voces de siempre me preguntan irónicas cuánto me durará. Me dicen que mañana será lo mismo, que volveré a dudar o tal vez a no acertar. Me aseguran lo estúpido que es sonreír por algo tan nimio y efímero. Pero sonrío, porque no pienso en mañana, no pienso en ayer, pienso por una vez en ese momento, en ese mágico arco de colores que tiñe de nuevo al mundo de belleza perdida.
Sonrío porque disfruto ese instante, sin más, vivo ese momento, esos escasos segundos, esa emoción, ese resurgir del niño y de la inspiración. Me digo que querría vivir de esa manera todos los momentos y, aunque sepa que mañana se me olvidará, hoy sólo me preocupo de regodearme en la inexplicable alegría que ese puente misterioso en el cielo me produce…Paso mucho tiempo de mi vida regodeándome en lo negativo, ¿Por qué no hacerlo en lo positivo?
Creo que si corro un poco podré verlo desde mi ventana, como una gruta etérea surgida en frente de mi habitación, para que me atreva de nuevo a soñar y vaya a buscar ese lugar, donde, sobre el arcoíris, los sueños que te atreves a soñar….se hacen realidad
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