Tenía 19 años. Había jugado a fútbol desde niño, había tenido dos accidentes de moto, me había dado golpes de todo tipo, pero nunca me había lesionado seriamente.
Un día jugando a tenis (Deporte de contacto ¿Verdad?) me limité a seguir una bola que iba fuera, trotando hacia atrás. Entonces apoyé mal el pie al ir a aterrizar sobre una deformación de la pista que hacía un sobresalto y me lo torcí, con tan mala suerte que en lugar de ser una torsión hacia un lado u otro fue hacia atrás, los ligamentos de mi empeine no eran tan elásticos para aquello y se me rompieron, además de un hueso interno que no recuerdo el nombre.
Ya no sé si la culpa fue mía por relajarme, de la pista que no era la mejor en ese momento para jugar, de los de mantenimiento que descuidaron la pista o tal vez sencillamente tenía que pasar y punto.
El caso fue que sentí un dolor agudo que me hizo gritar como nunca había gritado, pero ahora que lo pienso, más que el dolor era el horror de haber oído el chasquido del hueso y ser consciente de que me había lesionado por primera vez, de algo más serio a lo que estaba acostumbrado.
En seguida mi mundo se vino abajo, no podía aceptarlo, no podía creer que me hubiera lesionado después de tanto tiempo aguantando cada golpe.Yo me veía indestructible, fuerte, veía mi situación inquebrantable.
Pensaba en el tiempo que tendría que estar parado. Me sentí inútil, impotente, creí que algo se desmoronaba en lo que hasta el momento consideraba la percepción que tenía de mí mismo. Creí volverme débil, mayor, inferior.
Me pasé el camino al hospital con la esperanza absurda ante lo evidente, de que no fuera nada grave. Me tuvieron que escayolar y tuve que estar en reposo...¡En reposo!
Le dijeron a un tío que era un nervio que no podía apoyar el pie y que tenía que reposar.
Tardé bastante en aceptar lo que había pasado. Tardé bastante en aprender a no apoyar el pie, porque cada vez que lo hacía me dolía, pero yo insistía en que quería caminar. Esa imprudencia por mi parte me pasó factura y la recuperación nunca fue completa. A fecha de hoy creo que piso mal y eso me provoca tal vez dolor de espalda en ocasiones. A fecha de hoy no tengo libertad total de movimiento en el tobillo y me cruje en ocasiones cuando lo giro. A fecha de hoy...aunque ya se me haya olvidado lo que me dolió en su momento, no dejo de quedarme helado de miedo cada vez que me resiento, apoyo mal o chuto incorrectamente al balón.
A fecha de hoy cada vez que cambia el tiempo (ajeno a mí) me duele todavía, aunque ya no piense en todo lo que pasé.
De igual manera, hay otras lesiones que no afectan a los huesos y que son más difíciles de tratar, pero que inevitablemente perduran en nosotros por mucho que no queramos, por mucho que nos moleste o por mucho que intentemos ignorarlas.
La gente no te obliga a saltar si tienes el pie escayolado pero sí lo hacen cuando no ven la lesión.
Si pudieras escayolarte el corazón la gente o tú mismo no te forzarías a caminar sin más.
Hay mucha gente que no es capaz tal vez de entenderlo. Supongo que quizá sea porque nunca han tenido un esguince de grado tres con rotura de un hueso del que no recuerdas el nombre
No hay comentarios:
Publicar un comentario